domingo, 12 de abril de 2020

Lección 1 del coronavirus: Covid19 no fue una casualidad, no fue mala suerte

O revisamos nuestro relacionamiento con la naturaleza y lo cambiamos ya, o nos extinguiremos como la más tonta de las especies.
La norma en la naturaleza es la extinción. Más de 99% de las especies que han existido, se han extinguido. Ahora....extinguidos por suicidio colectivo seríamos la primera.
Nos puede salvar un veloz cambio cultural y un envión de ciencia con consciencia del grave peligro que corremos, del gran lío en el que estamos.
O llega una etapa de veloz restauración o vendrá una etapa de una gravísima decadencia. Nos están llegando las facturas de varias generaciones y sino las pagamos nosotros, las pagarán nuestros  hijos y nietos en una proporción mucho mayor: Las pagarán con intereses y mora.


Primera enseñanza: No es mala suerte
Por Eduardo Blasina
Ninguna calificadora de riesgo anticipó en lo más mínimo este gigantesco marasmo en el que estamos, miles de millones en prisión domiciliaria hasta quien sabe cuándo, cruzando los 100 mil muertos, millones de desocupados, 500 millones de personas que van hacia la hambruna, una recesión como no se ha visto tal vez desde 1929.
Y eso que hubo Sars, hubo Mers, hubo Ébola, hubo gripe aviar H1 N1, hubo otros virus devastadores y hubo en China una fiebre de los cerdos que los mató y sigue matando por cientos de millones.
El riesgo biológico parece que nunca fuera tema y las advertencias que científicos, pensadores, artistas han hecho nunca  merecieron relevancia.
Si una, y solo una tuviese que ser la lección que nos da este piñazo global, la gran enseñanza que debe dejarnos es que seguir agrediendo a la Naturaleza es carísimo.  Las pandemias no ocurren por mera mala suerte. Las mutaciones son al azar, pero el entorno para que estas sucedan y las condiciones para que se vuelvan devastadoras son manejables.
La tecnología y la acumulación de riqueza generaron una soberbia que ha quedado ridiculizada. Decían los Beatles que el dinero, hay cosas que no puede comprar. El dinero no previene el ser víctima en una pandemia. Justo cuando el Dow Jones marcaba los máximos de todos los tiempos un derrumbe que deja a Nueva York desierta y cavando fosas colectivas. La gran lección que debe quedar grabada a fuego o en blockchain, es que hemos agredido a la naturaleza demasiado y ha llegado el tiempo de restaurarla, ya ahora y durante varias décadas más. Los niños y adolescentes tienen que reclamar más que nunca que los mayores por mera avaricia estén dispuestos a avasallar el entorno por ganancias de corto plazo. Todos debemos sumarnos a un gran esfuerzo solidario pero que extienda esa solidaridad a la vida silvestre, a los ecosistemas que están siendo aniquilados y que acelere la salida de las energías fósiles.
En 1961 Bertrand Russell ante la proliferación nuclear se preguntó en un famoso ensayo ¿Tiene la humanidad futuro? Yes en 1971 escribía una canción “Yours is no disgrace” en la que advertía que la humanidad iba en una carrera tonta a su propia destrucción. Isaac Asimov dijo pocos años más tarde que  estábamos yendo demasiado lejos en la alteración de nuestro entorno. Y tantos más lo han advertido.
La humanidad tiene que declarar un alto al fuego global, no solo en las absurdas guerras que persisten como ha hecho Arabia Saudí con Yemen esta semana. Debemos hacer un alto al fuego en una actitud belicista e irresponsable hacia el resto de los seres vivos. Somos parte de un árbol evolutivo, estamos en la cumbre de la sofisticación del cerebro y de la inteligencia. Pero estamos serruchando el tronco en el que nos sentamos. Advertencias no nos han faltado.
Veníamos de ver los megaincendios en Brasil y Bolivia primero, Australia después, de temperaturas récord en la Antártida y de muchas señales más.
También en materia de pandemias advertencias no faltaron. La que más resonó fue la del Ébola, pero no importó demasiado porque siempre parecía un problema lejano.
Los desequilibrios pasan factura.  Ahora mismo vastas zonas de África están siendo devastadas por plagas de langostas como no se han visto en décadas. Otro desequilibrio poblacional que matará miles de personas de hambre, desde Uganda a Kenia y Etiopía, pero que ahora mismo no tiene eso lugar en los titulares. Ahora mismo en Mauna Loa, la montaña de Hawaii donde se mide cuánto dióxido de carbono hay, hemos marcado otro alarmante récord en 417,9 partes por millón de carbono, un máximo en al menos 800.000 años. Mientras, algunos creen que porque despejó circunstancialmente el cielo gris de China o India y los habitantes de Delhi ven por primera vez en décadas que el cielo es celeste o porque vuelven tres delfines a Venecia, estamos más lejos de la catástrofe climática.
Subestimar los problemas que provienen de la biología está en nuestra cultura. Las anteriores autoridades del Ministro de Salud quitaron reiteradamente relevancia a lo que pasaba: que no llegaría, que estamos preparados.
Una enseñanza conexa a que se de un renovado respeto por la naturaleza, por la vida silvestre, por la contaminación del aire debe ser el de la revalorización de la ciencia.
De lo conceptual a lo concreto: el Covid no es mala suerte. No sabremos exactamente su origen, porque irrumpió en una sociedad herméticamente cerrada, no democrática, capaz de vigilar al detalle a sus más de 1.000 millones de habitantes y con capacidad para decirle al mundo lo que la cúpula del partido único determine debe ser dicho.
Conspiraciones aparte, las hipótesis son dos, que sea una fuga de una instalación donde se trabaja en el diseño de armas biológicas o que mutó en un mercado “mojado”, el lugar donde se amuchan bichos de todo tipo.
Si damos por válida la versión de que el virus llegó a los humanos desde un murciélago, que tal vez fue contagiado por una civetta, un carnívoro asiático, el nexo entre el problema actual y nuestra agresión a la naturaleza es muy directo.
Irrumpimos en áreas silvestres para capturar a seres que quieren mantener la mayor distancia social respecto a nosotros, a diferencia de los domésticos, con quienes nos hemos coadaptado.
Avasallamos un área silvestre, capturamos a los animales que allí viven y luego el gran promotor de las mutaciones peligrosas: los mezclamos con infinidad de animales todos de distintos lugares, en condiciones penosas de aprisionamiento, mugre. Miles y miles de animales diferentes, juntos en pánico total. Las defensas de los pobres bichos que bajan, los trillones de virus que se replican, se combinan, se recombinan, mutan.
Se llaman mercados mojados porque  se mezcla el hielo derretido para semi refrigerar a la carne “a mano” con la sangre de los animales que se van matando allí “en el acto” para asegurar que la carne “es fresca”.
A nadie puede sorprender que la cantidad de virus peligrosos que emerge sea cada vez mayor. Ya nos hemos acostumbrado a que el SIDA mate, enferme, altere nuestra vida cotidiana. Pero de ahí en adelante, la sucesión de Sars, Mers, gripe porcina, gripe aviar H1N1, Fiebre Porcina Africana, nos mostraba que había un problema creciente.
Elizabeth Mrema, secretaria ejecutiva interina del departamento de diversidad biológica de la ONU, llamó esta semana a prohibir los mercados donde se venden animales vivos para consumo humano para evitar la propagación de nuevas enfermedades pandémicas. "El mensaje que estamos recibiendo es que si no cuidamos la naturaleza, cuidará de nosotros", dijo Mrema a The Guardian.
A partir de este 2020 sabemos que el riesgo económico no sólo tiene origen en variables económicas. Estamos en la era de la fragilidad biológica y cada vez más los revolcones vendrán desde la biología, con un impacto económico devastador.
Esta semana Wuhan volvió a la normalidad, lo que quiere decir que también los mercados “mojados” han vuelto. Desde Naciones Unidas se ha llamado a una prohibición global a este tipo de mercados. Si no es por una razón ética, que lo sea por lo menos para prevenir que estos sucesos no se repitan.
Esta pandemia es una cachetada que nos interpela y tal vez (ojalá) nos prepara para enfrentar o evitar la crisis mayor que sigue allí instalada, la del caos climático.  El Covid 19 nos muestra con más claridad que nunca que como civilización global estamos ante una bifurcación fundamental: o cambiamos nuestro relacionamiento con la naturaleza o colapsaremos.  Si no aprendemos esa primera enseñanza, todo el sufrimiento que atravesaremos será en vano y un mero anticipo de lo que vendrá mucho más grave y sin vacuna posible más adelante cuando colapsen los hielos y las selvas que van quedando. 
Vivimos en una era de riesgo incalificable y no es por azar.

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