domingo, 19 de abril de 2020

Lección dos del Coronavirus: la ciencia debe ser más valorada

Esta semana supimos que el virus entró muy probablemente en la última semana de febrero, que hay tres cepas diferentes, una originada de Canadá, otra de España y otra de Australia. Supimos además que muy probablemente el virus entró antes de los casos que luego cobrarían notoriedad. Los aeropuertos fueron seguramente grandes ámbitos donde el minúsculo replicante se contagió y dispersó por todo el mundo. Antes de la pandemia más de tres millones de personas se subían a un avión cada día.
Eso lo supimos gracias a que hay científicos uruguayos que han trabajado velozmente, con tesón,  y han decodificando el ARN de los virus que iniciaron la propagación en Uruguay. Uruguay es parte de la carrera global por decodificar el virus y encontrar la solución. Pero además, están trabajando en la especificidad uruguaya de la enfermedad, en aquello que probablemente nadie investigaría. Del mismo modo, nadie investigará nuestro campo natural, nuestras pasturas nativas ni nada de lo que hace a Uruguay peculiar.
Si la primera gran lección de la pandemia es que no ocurrió por azar. Si tenemos que reclamar que las causas deben conocerse y erradicarse ya sean los mercados “mojados” de China o el uso de virus de laboratorio como armas biológicas.  La segunda lección, más local debería ser la de realzar la importancia de la ciencia local.
Seguramente la mayoría de los niños y quizá una alta proporción de los adultos no saben por ejemplo quién fue Clemente Estable. Un niño de San Bautista que de pequeño se divertía imitando el canto de las aves en el campo, que se hizo maestro y que se puso como foco entender el funcionamiento de su cerebro hasta el punto de terminar siendo nada menos que colaborador principal de Santiago  Ramón y Cajal, el español premio Nobel, el padre de las neurociencias y mucho más que eso, capaz de dibujar con precisión increíble de detalle a las neuronas, El primero en proponer que la información fluía a través de las neuronas que entre ellas hacían sinapsis. Ahí estaba nuestro Clemente Estable surgido de una modesta familia rural. Un pensador que como antes Varela reformó la educación por ejemplo a través del concepto de “dedicación completa” para los profesionales de la ciencia. Algo que no solo significaba dedicarse las 8 horas de trabajo exclusivamente al trabajo científico sino dedicarse de cuerpo y mente a esa actividad.
En estos tiempos de obligado encierro entre tanta serie banal, cabe recomendar el documental sobre su vida Clemente, los aprendizajes de un maestro, de Pablo Casacuberta. Allí de su propia voz escuchamos algo que suena a un imperativo:
“¿Qué hago de mi propia vida? Ah.  He ahí una fundamental cuestión de todas las criaturas humanas. Todos tenemos no una, sino varias misiones a cumplir. Lo primera es conocerlas, la segundo no olvidarlas, la tercero no dejarse vencer por los obstáculos ni abatirse y entregarse al fracaso, ante el cual hay una sola conducta sensata: examinar sus causas, cambiar de estrategia si es necesario, y seguir adelante.
Toda persona tiene ante sí un imperativo que imprime sentido a su vida. Ya no se trata de discutir qué es el bien, sino de realizarlo, de vivirlo. En cierto sentido, vivir es aprender y enseñar y despertar a la realidad soñando un poco. Se puede  y se debe dirigir el pensamiento a tal problema, siempre en foco: ¿Qué hago de mi propia vida?”
A veces oímos decir que la ciencia es soberbia. Creo exactamente lo contrario: la comunidad científica es demasiado humilde, coherentemente con la humildad que tiene la ciencia como herramienta de aproximarse al conocimiento y la verdad.
Entre tanta publicidad que nos muestra a actores de túnica blanca diciendo que “está científicamente comprobado” deberíamos recordar que el conocimiento científico es siempre humilde, probabilístico, temporal, factible de ser rebatido por una explicación posterior que sea más exacta. Como diría Stephen Hawking, en una construcción en la que se puede ver cada vez más lejos porque se va a hombros de los gigantes que precedieron.
La necesidad de una ciencia nacional queda diáfanamente clara. Vendrán las discusiones del presupuesto y la necesidad de achicar gastos será imperiosa. Al 5% de déficit fiscal heredado se le agregará una fuerte caída de la recaudación.
Pero el 1% del PBI para la ciencia, que varios científicos han pedido, casi que tímidamente debería sobrevivir. Es, a esta altura, una política de defensa nacional, una política de salud, una política agropecuaria y de agregado de valor.
Por otra parte, queda también meridianamente clara la necesidad de que el gobierno, cualquier gobierno, todos los gobiernos, tomen decisiones basadas en ciencia. Brasil, EEUU, México han demostrado lo que sucede cuando los presidentes desoyen a los científicos. Taiwan, Nueva Zelanda, Islandia muestran el camino.
Es necesario defender mucho más a la ciencia de ataques que suele recibir tanto desde corrientes de pensamiento de derecha como de izquierda. Desde los fanáticos fundamentalistas que siguen queriendo negar a Darwin a los snobs posmodernistas que consideran que el científico es un mero relato más.
En democracia dar relevancia a la ciencia como la mejor herramienta que hemos construido para acercanos al conocimiento recibirá el mote de cientificista, tecnócrata o positivista.
En China a quienes primero avisaron de la existencia de un problema sanitario fueron silenciados, amenazados y encerrados. En todo el mundo los médicos arriesgan su vida y muchísimas veces enferman y mueren dando la batalla.
Por supuesto que la ciencia se puede usar tanto para el bien como para el mal. Por cierto que saber los secretos del átomo tanto puede curar algunos tipos de cáncer como generar a Nagasaki e Hiroshima.
Viene un tiempo de avance fenomenal de las biotecnologías y de pensar si no hay que renunciar a determinados tipos de conocimiento, o al menos a su divulgación.
Pero ya vendrán tiempos de discutir los aspectos éticos y filosóficos. Ahora la generación de respiradores nacionales, más baratos y confiables que los importados, y participar del esfuerzo global por decodificar y generar una vacuna son lo urgente.
Sabeos que podemos estar tranquilos: vendrá el medicamento, vendrá la vacuna. Los científicos están trabajando en ello.
Mientras deberíamos recordar las palabras de Clemente Estable y no desaprovechar el tiempo de la cuarentena. Tiempo de leer, de aprender y en la medida de lo posible enseñar a las generaciones más nuevas que así como hubo un Obdulio Varela hubo varios héroes de la ciencia uruguaya que son reconocidos en el mundo, aunque por la humildad propia de la ciencia, son menos conocidos.

domingo, 12 de abril de 2020

Lección 1 del coronavirus: Covid19 no fue una casualidad, no fue mala suerte

O revisamos nuestro relacionamiento con la naturaleza y lo cambiamos ya, o nos extinguiremos como la más tonta de las especies.
La norma en la naturaleza es la extinción. Más de 99% de las especies que han existido, se han extinguido. Ahora....extinguidos por suicidio colectivo seríamos la primera.
Nos puede salvar un veloz cambio cultural y un envión de ciencia con consciencia del grave peligro que corremos, del gran lío en el que estamos.
O llega una etapa de veloz restauración o vendrá una etapa de una gravísima decadencia. Nos están llegando las facturas de varias generaciones y sino las pagamos nosotros, las pagarán nuestros  hijos y nietos en una proporción mucho mayor: Las pagarán con intereses y mora.


Primera enseñanza: No es mala suerte
Por Eduardo Blasina
Ninguna calificadora de riesgo anticipó en lo más mínimo este gigantesco marasmo en el que estamos, miles de millones en prisión domiciliaria hasta quien sabe cuándo, cruzando los 100 mil muertos, millones de desocupados, 500 millones de personas que van hacia la hambruna, una recesión como no se ha visto tal vez desde 1929.
Y eso que hubo Sars, hubo Mers, hubo Ébola, hubo gripe aviar H1 N1, hubo otros virus devastadores y hubo en China una fiebre de los cerdos que los mató y sigue matando por cientos de millones.
El riesgo biológico parece que nunca fuera tema y las advertencias que científicos, pensadores, artistas han hecho nunca  merecieron relevancia.
Si una, y solo una tuviese que ser la lección que nos da este piñazo global, la gran enseñanza que debe dejarnos es que seguir agrediendo a la Naturaleza es carísimo.  Las pandemias no ocurren por mera mala suerte. Las mutaciones son al azar, pero el entorno para que estas sucedan y las condiciones para que se vuelvan devastadoras son manejables.
La tecnología y la acumulación de riqueza generaron una soberbia que ha quedado ridiculizada. Decían los Beatles que el dinero, hay cosas que no puede comprar. El dinero no previene el ser víctima en una pandemia. Justo cuando el Dow Jones marcaba los máximos de todos los tiempos un derrumbe que deja a Nueva York desierta y cavando fosas colectivas. La gran lección que debe quedar grabada a fuego o en blockchain, es que hemos agredido a la naturaleza demasiado y ha llegado el tiempo de restaurarla, ya ahora y durante varias décadas más. Los niños y adolescentes tienen que reclamar más que nunca que los mayores por mera avaricia estén dispuestos a avasallar el entorno por ganancias de corto plazo. Todos debemos sumarnos a un gran esfuerzo solidario pero que extienda esa solidaridad a la vida silvestre, a los ecosistemas que están siendo aniquilados y que acelere la salida de las energías fósiles.
En 1961 Bertrand Russell ante la proliferación nuclear se preguntó en un famoso ensayo ¿Tiene la humanidad futuro? Yes en 1971 escribía una canción “Yours is no disgrace” en la que advertía que la humanidad iba en una carrera tonta a su propia destrucción. Isaac Asimov dijo pocos años más tarde que  estábamos yendo demasiado lejos en la alteración de nuestro entorno. Y tantos más lo han advertido.
La humanidad tiene que declarar un alto al fuego global, no solo en las absurdas guerras que persisten como ha hecho Arabia Saudí con Yemen esta semana. Debemos hacer un alto al fuego en una actitud belicista e irresponsable hacia el resto de los seres vivos. Somos parte de un árbol evolutivo, estamos en la cumbre de la sofisticación del cerebro y de la inteligencia. Pero estamos serruchando el tronco en el que nos sentamos. Advertencias no nos han faltado.
Veníamos de ver los megaincendios en Brasil y Bolivia primero, Australia después, de temperaturas récord en la Antártida y de muchas señales más.
También en materia de pandemias advertencias no faltaron. La que más resonó fue la del Ébola, pero no importó demasiado porque siempre parecía un problema lejano.
Los desequilibrios pasan factura.  Ahora mismo vastas zonas de África están siendo devastadas por plagas de langostas como no se han visto en décadas. Otro desequilibrio poblacional que matará miles de personas de hambre, desde Uganda a Kenia y Etiopía, pero que ahora mismo no tiene eso lugar en los titulares. Ahora mismo en Mauna Loa, la montaña de Hawaii donde se mide cuánto dióxido de carbono hay, hemos marcado otro alarmante récord en 417,9 partes por millón de carbono, un máximo en al menos 800.000 años. Mientras, algunos creen que porque despejó circunstancialmente el cielo gris de China o India y los habitantes de Delhi ven por primera vez en décadas que el cielo es celeste o porque vuelven tres delfines a Venecia, estamos más lejos de la catástrofe climática.
Subestimar los problemas que provienen de la biología está en nuestra cultura. Las anteriores autoridades del Ministro de Salud quitaron reiteradamente relevancia a lo que pasaba: que no llegaría, que estamos preparados.
Una enseñanza conexa a que se de un renovado respeto por la naturaleza, por la vida silvestre, por la contaminación del aire debe ser el de la revalorización de la ciencia.
De lo conceptual a lo concreto: el Covid no es mala suerte. No sabremos exactamente su origen, porque irrumpió en una sociedad herméticamente cerrada, no democrática, capaz de vigilar al detalle a sus más de 1.000 millones de habitantes y con capacidad para decirle al mundo lo que la cúpula del partido único determine debe ser dicho.
Conspiraciones aparte, las hipótesis son dos, que sea una fuga de una instalación donde se trabaja en el diseño de armas biológicas o que mutó en un mercado “mojado”, el lugar donde se amuchan bichos de todo tipo.
Si damos por válida la versión de que el virus llegó a los humanos desde un murciélago, que tal vez fue contagiado por una civetta, un carnívoro asiático, el nexo entre el problema actual y nuestra agresión a la naturaleza es muy directo.
Irrumpimos en áreas silvestres para capturar a seres que quieren mantener la mayor distancia social respecto a nosotros, a diferencia de los domésticos, con quienes nos hemos coadaptado.
Avasallamos un área silvestre, capturamos a los animales que allí viven y luego el gran promotor de las mutaciones peligrosas: los mezclamos con infinidad de animales todos de distintos lugares, en condiciones penosas de aprisionamiento, mugre. Miles y miles de animales diferentes, juntos en pánico total. Las defensas de los pobres bichos que bajan, los trillones de virus que se replican, se combinan, se recombinan, mutan.
Se llaman mercados mojados porque  se mezcla el hielo derretido para semi refrigerar a la carne “a mano” con la sangre de los animales que se van matando allí “en el acto” para asegurar que la carne “es fresca”.
A nadie puede sorprender que la cantidad de virus peligrosos que emerge sea cada vez mayor. Ya nos hemos acostumbrado a que el SIDA mate, enferme, altere nuestra vida cotidiana. Pero de ahí en adelante, la sucesión de Sars, Mers, gripe porcina, gripe aviar H1N1, Fiebre Porcina Africana, nos mostraba que había un problema creciente.
Elizabeth Mrema, secretaria ejecutiva interina del departamento de diversidad biológica de la ONU, llamó esta semana a prohibir los mercados donde se venden animales vivos para consumo humano para evitar la propagación de nuevas enfermedades pandémicas. "El mensaje que estamos recibiendo es que si no cuidamos la naturaleza, cuidará de nosotros", dijo Mrema a The Guardian.
A partir de este 2020 sabemos que el riesgo económico no sólo tiene origen en variables económicas. Estamos en la era de la fragilidad biológica y cada vez más los revolcones vendrán desde la biología, con un impacto económico devastador.
Esta semana Wuhan volvió a la normalidad, lo que quiere decir que también los mercados “mojados” han vuelto. Desde Naciones Unidas se ha llamado a una prohibición global a este tipo de mercados. Si no es por una razón ética, que lo sea por lo menos para prevenir que estos sucesos no se repitan.
Esta pandemia es una cachetada que nos interpela y tal vez (ojalá) nos prepara para enfrentar o evitar la crisis mayor que sigue allí instalada, la del caos climático.  El Covid 19 nos muestra con más claridad que nunca que como civilización global estamos ante una bifurcación fundamental: o cambiamos nuestro relacionamiento con la naturaleza o colapsaremos.  Si no aprendemos esa primera enseñanza, todo el sufrimiento que atravesaremos será en vano y un mero anticipo de lo que vendrá mucho más grave y sin vacuna posible más adelante cuando colapsen los hielos y las selvas que van quedando. 
Vivimos en una era de riesgo incalificable y no es por azar.

viernes, 3 de abril de 2020

¿Aprenderemos algo del Coronavirus?

He decidido retomar los escritos en Evolutivamente porque la situación de la humanidad se ha agravado a un punto tal que supera las peores previsiones. La pregunta es si aprenderemos algo, si aprenderemos a la velocidad suficiente....


La primera guerra biológica mundial
Por Eduardo Blasina
Varios lo han dicho. Estamos en guerra contra un enemigo invisible. Es esta una metáfora válida? Nos ayuda a entender y resolver el problema? La metáfora la ha convalidado el propio director  general de la Organización Mundial de la Salud, el eritreo Tedros Adhanom Ghebreyesus.” El mundo está en guerra contra un virus que amenaza con destrozarnos ya que ha infectado a casi medio millón de personas y ha provocado la muerte de más de 20.000, y cuya evolución está creciendo a un ritmo exponencial. "Sin una acción agresiva de todos los países, millones de personas podrán morir". 
El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como un general antes de una batalla decisiva arengó a los líderes de los países del G20, durante la reunión extraordinaria por videoconferencia que se hizo este jueves para coordinar entre los 20 países más poderosos del mundo. “"Primero, pelea. Pelea duro. Pelea como el infierno", dijo Tedros. "Pelear como si tu vida dependiera de eso, porque eso es lo que está pasando". Agregó que las más duras medidas que se tomen no son suficientes.         
"Debemos hacer más. Debemos construir, expandir, capacitar y desplegar inmediatamente a los trabajadores de salud para encontrar, probar, aislar y tratar cada caso y rastrear cada contacto. Esta no es una opción; es una obligación".
Adoptaré la metáfora bélica pues como válida ya que la adopta el comandante mundial en esta lucha, el hombre que está al frente de la Organización Mundial de la Salud.
Además lo hago porque aún en los lugares donde están más curtidos los médicos, los que viven en guerra casi permanente desde hace décadas están aterrados con la situación por venir. El Dr. Haidar Hantoush en Iraq si a algo está acostumbrado es a las guerras. Pero esto le resulta mucho más difícil. “La violencia casi la podemos manejar. Los pacientes ingresan a los hospitales por horas a la vez, pero puede ver cuántos hay. Obtienes una pausa para prepararte para la próxima ronda ”, dijo a Reuters Hantoush, director de salud pública de la provincia del sur de Iraq.
"Con el coronavirus, no hay un lugar seguro. No sabemos cuándo explotará la cantidad de casos, es invisible y no dará pausas ... Incluso los mejores sistemas de salud del mundo no pueden hacer frente ".
Es una guerra mundial. La más mundial de todas. Pero distinta, porque es una guerra biológica. Algo que nunca hemos vivido.
Muchos  líderes no tienen formación biológica y alguno no se han tomado esto en serio desde el arranque, con lo que han condenado a sus sociedades a miserias de gran escala. Sino miremos a Trump y Bolsonaro que no lo han entendido y les ha pasado lo que advertía Ayn Rand: se puede ignorar la realidad,, pero no se pueden evitar las consecuencias de ignorar la realidad. Ambos presidentes subestimaron la importancia de la pandemia, a Trump ya le ha pasado la ola, y Bolsonaro va por el mismo camino. Solo el calor lo protege circunstancialmente.        Los virus no distinguen derechas o izquierdas. Lo mismo le pasa a México con López Obrador, subestimó la lógica exponencial de una epidemia, le costará muy caro a su sociedad.
Pero la Naturaleza humana es compleja. En zonas islámicas la policía ha tenido que enfrentarse con quienes quieren agolparse en mezquitas. Y en occidente la locura no es menor. La Organización Mundial de la Salud sufrió un potente ataque de hackers sofisticados esta semana. La condición humana no deja de ser sorprendente.
La metáfora bélica sirve para insistir con la necesidad de la cohesión social. El virus de la polarización es tan peligroso como el biológico
Como en una guerra, hay que mantener y cuidar las líneas de suministros básicos. Es lo que sucede en todo el mundo, sube el precio del trigo y el arroz, Europa se preocupa porque se queda sin frutas y verduras. Hay que mantener las góndolas llenas de alimentos de calidad: frutas, verduras, lácteos, carne. Hay que mantener al pequeño almacenero, a las pymes como un tejido sagrado que no puede perderse. Hay que ayudar a los miles que ya estaban vulnerables y lo estarán aún más. Cuidando especialmente a los trabajadores de la alimentación como a los de la salud. Pero cuidando que no se interrumpa lo que es clave.
Aunque la metáfora de la guerra pueda ser dudosa, debe servirnos para  tener claras las prioridades del momento. Es momento de estar todos más compactos que nunca, cuidando hasta el último peso, y considerar que estamos, literalmente como país en guerra por unos meses. Los únicos gastos admisibles son para la batalla médica y la atención a los que perderán sus trabajos y sus changas. Y es tiempo, sobre todo, de pensar, que nos enseña todo esto. Nuestra supervivencia como especie es lo que está en juego, la de nuestros hijos o nietos. A lo largo de la evolución, la mayoría de las especies se extinguen. No hay tema más importante que ese en este siglo.